Buenos Vecinos
En general creo que soy una buena persona. Y una buena vecina. No dejo cosas que estorben en lugares comunes, después de las 11 (entre semana) no pongo música muy alto, cuando es muy tarde trato de caminar de puntitas, además me encargo de que todos los pagos se hagan a tiempo. Cosas que apelan al sentido común y a la educación, cosas que no puedes evitar si vives en un departamento. En general soy bastante tolerante con mis vecinos porque sé que no a todo el mundo le gusta mi música (aunque sinceramente creo en la educación "a distancia"; en un pensamiento tal vez naïve, sí creo que tal vez, si de pronto uno de mis vecinos escucha a hmmm... Björk, o a Billie Holiday, o Lakmé, o a Konono No. 1, tal vez les guste y escuchen media hora menos a Yuri o Reily [que son los populares del barrio], con media hora me sentiría victoriosa), por ejemplo. Entiendo que uno no puede hacer que un bebé no llore a las 5 de la mañana, aunque eso signifique despertar a la vecinita loca que comparte la pared.
Mis vecinos y yo compartimos una pared y dos discos (según la biblioteca compartida del iTunes del vecino). Me gusta pensar en sus hijitos como dos niñitos hermosos en la flor de la infancia que lo único que les preocupa es si su perrito beagle los babeó o no. Regina y Jacobo, así les grita su niñera (a la que escucho diario a través de mi pared). No estoy segura qué saben ellos de mí y por momentos me emociona tener que ver con su educación aunque sea mínimo (por eso acostumbro leer poesía en voz MUY alta acostada en mi cama). Me preocupa que la niñera le grite tanto a Regina. Jacobo sólo llora cuando no están sus papás.
Pero hay momentos en que más allá del cariño inmaterial y absolutamente platónico que pueda existir entre nosotros, no puedo evitar pensar en ellos, a veces, como municiones de un cañón del siglo XVI, o dardos que van directo al centro del concreto que compartimos, incluso como la pelota de baseball que Jack Torrance aventaba por todo el lobby del Overlook Hotel. En serio no entiendo qué pasa. Hay ocasiones que no sé qué hacen exactamente pero golpean tan fuerte mi pared, que vibra. ¿Juguetes? ¿Pelotas? ¿Su cabeza? Justo hoy lo hicieron cuando tenía migraña. Y que nadie se meta con Tanitta enojadita, ni siquiera Regina o Jacobo.
La primera vez que sucedió, mi cabeza estaba recargada en la pared. Asustada me paré, y decentemente grité "dejen de hacer eso, por favor". Continuaron. Fui por una escoba. Lo dudé en poco, pero al ver que persistían, golpée el mango contra mi pared, ligeramente, para no hacerle un hoyo. Y lo único que conseguí fue que lo hicieran más fuerte. Empecé a pensar en los límites de la vecindad, incluso si es con dos niñitos de menos de 5 años. Casi me vuelvo loca, sin poder hacer nada. Y no soy violenta. Entonces, iluminado por una luz que sólo podía ser divina, mi iPod me miró desde el buró. Escogí un disco y un track:
Nameless - Storm (Nameless is Storm???)
Lo puse en mis poderosísimas bocinas Bosé a casi todo volumen y no pasó n a d a.
hmmm... bueno, tampoco era como lo más estridente. Pensé que con The Mars Volta cualquier niñito que quisiera molestarme se iría a otro cuarto llorando. Pero sólo conseguí que Jacobo me gritara desde su cuarto "cállate" en múltiples ocasiones. Lo hice, pensando que era un aviso y que las cosas estarían en paz. Me callé y seguí escuchando Frances the Mute a un volumen que nadie podría reclamarme. Cuando se acabó el disco, me fui y no supe del destino de mi pared.
Pero hoy. Como de la nada. A las 12 del día, las cabezas de Jacobo y Regina hacían competencias para ver cuál llegaba más fuerte a mi pared, o quién sangraba menos. Y yo tenía dolor de cabeza. De nuevo pedí que dejaran de hacer lo que sea que estuvieran haciendo. Pero no lo hicieron. Así que olvidamos la cultura y la lectura en voz alta. Bendito sea el Noise Rock. Bendito Lightning Bolt. Bendito Chris Corsano.
Y después. Silencio :-)